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La Vida Antes y Después de La Muerte

By Arbu.

Las concepciones que a lo largo de los tiempos el hombre se ha formado de la muerte pueden reducirse a dos grupos mayores: uno está formado por aquellos para quienes la muerte es término o fin, y el otro por la gente para la cual la muerte es comienzo o principio. Hay hombres que consideran la muerte como el final de la vida. Para estos hombres, la vida es esta vida, que ellos ahora viven y de la cual tienen conciencia ahora, de manera plena y clara. La muerte no es, pues, sino la forma de negar esta realidad. ¿Qué hay más allá de la muerte? ¡Ah! Los que la creen fin ni lo saben, ni quieren saberlo; es más, le temen terriblemente, porque para ellos no hay probablemente nada; y sobre todo, no vale la pena cavilar sobre lo que haya, puesto que es imposible de todo punto averiguarlo. Si morimos y descubrimos este nuevo lugar... ¿cómo comunicarlo a los supervivientes?  

El otro grupo de hombres, en cambio, que ven en la muerte un comienzo, creen en la iniciación de una vida más verdaderamente vida, la vida eterna y feliz por siempre. La muerte, para éstos, no cierra, sino que abre. No es negación de la vida, sino afirmación de ésta, y el momento en que empiezan a cumplirse todas las esperanzas reunidas a lo largo del tránsito por lo terrenal. Es claro que, para quien la muerte sea el término y fin de la vida, habrá de ser la vida algo totalmente positivo, lo más positivo que existe y el máximo valor de cuantos valores hay reales, porque una vez que se acaba ya está, y hay que aprovecharla lo máximo posible. En cambio, el hombre que en la muerte vea el comienzo de la vida eterna, de la verdadera vida, tendrá que considerar esta vida humana terrestre – la vida que la muerte acaba – como un mero paso o preparación de poca importancia para la otra vida decisiva y eterna. Tendrá, pues, esta vida, un valor menor, por debajo de otras cosas, condicionado. Y así, los primeros se dispondrán a hacer su estadía en la vida lo más sabrosa, gustosa y perfecta posible; mientras que los segundos estarán principalmente gobernados por la idea de preparar un buen camino, juntando buenas acciones para recibir el mejor de los tratos en la que será la vida que les durará hasta siempre, la vida eterna.  

Para este último, entonces, la vida no es sino la preparación de la muerte, el corredor estrecho que conduce a la vida eterna, un simple trayecto, cuanto más breve mejor, hacia la puerta de San Pedro que se abre sobre el infinito y la eternidad. En cambio, hay colectividades humanas que han promovido, y aún lo hacen, el hacerse una idea positiva de la vida terrestre. Ven la vida como algo importante y duradero - aunque no por siempre -, que merece toda nuestra atención y todos nuestros cuidados. Estos pueblos, cuidan bien de aderezar y realzar las formas diversas de nuestra vida terrenal; aplican su espíritu y su esfuerzo a cultivar la vida, convierten, por ejemplo, la comida en un arte, el comercio humano en un sistema de refinados deleites y la satisfacción del amor en una complicada red de sutilezas delicadas. Son gentes que aman la vida por sí misma y le dan valor en sí misma, y la visten, la peinan, la perfuman, la adornan, la envuelven en músicas, la vuelven sublime... De una u otra manera, parece que ser que siempre lo importante es el hecho de vivir. Nadie aprueba la ausencia total de sensaciones, todos necesitan de la vida; lo único que varía es la creencia de una vida en el más allá o en el más acá


¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!!

 

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