|
No Title By Sebastián.
a
calma del día era compleja. Compleja para quien vivía ese día. Porque
no entendía aún, como no entiende ahora, los hechos azarosos que manejan
a la madre naturaleza para que haga juego con sus emociones. “Peor aún”,
reflexionó, “la amo”. Lo pensó con sarcasmo y su cara garabateó una
sonrisa. Y
fue un día así, como cualquiera en los que se llenan de nada y se funden
en una masa chata que le dicen vida. Y aún para su extraño deleite,
hermosos. Tiempo que uno pierde con total inocencia porque desconoce o no
quiere enterarse que acabará. “Una
cosa es eterna hasta que termina” Tan
convencido de ese axioma estaba que por entonces no consideraba a nada
como perder el tiempo Las
calles se desdibujaban mientras contaba las baldosas que se movían bajo
sus pies, creyó que la lluvia era el sonido indicado para marcar el ritmo
de sus pasos ligeros y decididos sin destino. Las
piernas aflojaban y se dejó llevar pensando en todo y nada, porque
siempre que se piensa en todo no se llega a nada. Se esforzaba por
recordar las verdaderas razones por las que se había enamorado, cuestión
que durante los primeros meses de la tormentosa relación ensuciaron sus
pensamientos triviales, que se acostumbraron a devenír en una crisis de
fe amorosa. Cansado de no encontrar respuestas a algo que al fin y al
cabo, no alteraría las circunstancias que propiciaron el fin (Aunque aún
no lo sabía). Simplemente lo olvidó. -
No creo para nada en todas esas pavadas en las que los demás se aferran.
Tener libertad, ser algo mas que un sueño, ser realidad es algo posible sólo
para quienes duermen muy profundo. ¿Nunca te pasó que tenias en verdad
ganas de hacer algo, lo que sea, y por orgullo, o cualquier otra razón no
lo hiciste? Miles de veces, seguro que si. ¿para que? Limitarse a uno
mismo, que cosa fea. – lo dijo convencido pero con voz temerosa, medida.
Quizás anticipaba la decepción. -Callate
tonto, ¿te das cuenta de las tonterías que dijiste en menos de cinco
minutos? – y descargó una mirada inocente (como todas) a través de la
transparencia de sus ojos que lo reflejaban chiquito, minúsculo,
prisionero de ella. O al menos así le hubiera gustado que sucediera. “Ver
así para sentir” o parecido, le dijo Carlos, un remisero charlatán que
manejaba un Duna negro que ya sentía el rigor del trabajo de veinticuatro
horas por las calles de Munro la
calma angustia que precedía a las despedidas era una constante. ¿cómo
separarse (incluso por horas) de la persona que amaba de manera voluntaria
y (peor) consensuada? ¿El amor no era la cura definitiva contra la
soledad? Entonces ¿por qué se sentía tan desesperadamente ajeno a todo?
Alejado de ella. Cada vez mas necesaria, cada vez menos tranquilizante el
verla. Rehén
de estos pensamientos se encontraba sentado en el sucio banco de una plaza
acabada por el descuido; los papeles de basura ; el olvido; la mierda de
perros y palomas. La plaza era un rehén mas de la gente, la rutina y el
ocio. Se notaba lo triste de su ser ligado a la tierra en que descansaban
sus bancos y faroles. -
¿qué pasa? -
nada, estoy cansado. Eso es. – escupió como acto reflejo esa frase
cargada de desidia y cansancio. Ya no la soportaba. No soportaba su
presencia ni su ausencia luego de tantas desilusiones. Porque quería
importarle. Mas que nada en el mundo quería importarle. A nadie, a
ninguna, pero ella... ella tenia la asquerosa virtud de agradarle a los
demás sin conocerla realmente. Una persona a la que temer realmente
porque solo Dios sabe cuanto puede llegar a hacer un hombre mientras
intenta enamorar a una mujer. Quizás Dios hubiera intentado ya la hazaña
de atraerla, ¿por qué no? Ella era el sueño perfecto de un dios haragán.
Y sin duda se había esforzado en sus capacidades oníricas este Ser
Supremo Único. Claro que si. Besó sus labios y se fue. Guillermo lo esperaba en la entrada del cine de Belgrano y ya estaba demorado. d FiN
|
Web Design - ArweniTa © 2002