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Objetos Perdidos by
Gisu l
extenso piso de azulejo gris lustrado lo condujo. Casi al fondo del salón,
un enorme cartel de letras rojas le indicó que había llegado: “Grandes
almacenes. Sección de objetos perdidos”.
-
Aguarde un momento caballero – dijo el joven ofuscadamente – termino
con la señora, y lo atiendo... Sepa aguardar su turno... ¿podrá ser? Y
el reloj en su muñeca empezó a contar el rato. Tic
tac, Tic tac… Los
minutos comenzaban a pasar. Alzó al joven, que seguía en su larga charla
de radiadores con la señora, una mirada tajante, pero que no recibió
respuesta... Era claro que no era maldad, sino completa y absoluta
indiferencia. Tan sólo era un cliente más, que estorbaba en la caja de
objetos perdidos... La Sección del Tesoro, como le decían, porque
el almacén tenía la política de retener los objetos extraviados mes y
medio, y luego de acabado el plazo, surgían rifas y regalos entre jefes y
empleados, que se disputaban acorde a su rango las mejores “pérdidas”. Tuvo
entonces que agradecerle a la novela de las cinco de la tarde; porque la
señora de pronto miró la hora y su rostro se volvió pálido y
agitado... No llegaba por lo visto. ¿Se quedaría el galán con la hija
no reconocida del cafetalero?... Ahh... Los grandes cuestionamientos que
plantea la vida parecían ayudarlo por vez primera. Con
el mostrador ahora vacío de otros clientes, se sintió casi atendido...
Miró al jovenzuelo ya libre en su puesto, que le devolvió la mirada de
manera sobradora. Mascaba chicle histéricamente. -
Entonces... – dijo - Me decía usted que ha perdido... ¿qué cosa?. Y
parecía que eran las rayas de la camisa las que hablaban, y no el chico. -
Mi alma joven, mi alma... ¿No la habrán encontrado ustedes, por
casualidad, no? Y
las rayas contestaron enseguida y de manera muy cortante: -
Pero... ¿cuándo ha tenido esta “pérdida”, si puede decirme? -
Esta mañana... esta mañana – contestó tranquilo-, vine a comprar un
libro, y cuando llegué a casa, me di cuenta de que me faltaba el alma.
-
Porque compro absolutamente todos mis caprichos
con mi alma, con esa alma. Ya la he vendido tantas veces... que la dejo en
los sitios más inverosímiles. Si le dijera casi no me creería. -
Descríbame su alma, por favor... – dijeron las rayas rojas que parecían
cada vez más anaranjadas – Porque... ¿sabe?... tenemos aquí muchas, y
de muchos modelos. Desde que el Ministerio declaró satisfactorio usar el
alma a la hora de comprar utilitarios, no sabe usted cómo se emplea;
incluso ha desplazado de su trono a las tarjetas de crédito... A esas
casi no las usan ahora... Aunque es claro que en eso también ha influido
la conciencia ecológica de la gente, ¿vio?... Ya miran con mala cara
cualquier cosa de plástico...
-
Sí, es que soy un descuidado, ¿sabe?... – Y sintió que el joven lo
escuchaba y asentía. Pero
entonces las rayas fueron las que contestaron otra vez: -
A ver, a ver... Sí, aquí está, ¿es esta? – Y las manos del joven,
como entes independientes, separaron del montón un alma muy oscura pero
algo ajada en los extremos, que se hallaba casi en el fondo de la pila. Y
tras una mirada rápida el cliente respondió: -
Pues no, me temo que no... Estas manchas blancas son falsas, parece que
alguien ha mentido últimamente. Si se fija, las manchas no son blancas,
son grises. -
Pues tiene usted razón. Es que no me hago a la idea de cómo pueden
ser... – Y ahora era otra vez el muchacho curioso el que contestaba... -
Déjeme, déjeme a mí, si me permite, yo conozco las manchas... – Y
acercándose a la pila metió las manos entre medio del caos oscuro, y hábilmente,
cual pescador experto, sacó un alma de gran tamaño que estaba como
escondida - Ajá, es ésta, seguro, ah, además, no le había dicho, tiene
un brillo en la parte superior... ¿lo ve? -
Ah, sí, sí, parece bastante brillante... – El joven paró de pronto de
mascar el chicle y examinó atento el alma que le tendían a la vista... Y
el cliente se sintió otra vez como que lo estaban atendiendo. Ahora
mirando entonces a la cara del muchacho que abría los ojos sobremanera
comenzó una suerte de explicación: -
Fue hace poco, tuve un sueño en el que volvía a tener esperanza en el
futuro... No crea, no duró mucho, fue sólo un sueño. -
Más vale, desde luego – contestó rápidamente el muchacho - si lo
atrapan haciendo esas cosas por la noche, le puede caer un arresto de los
buenos... Como mínimo me han dicho, son seis años de reclusión... Imagínese
lo que puede resultar de ello... Porque no hay posibilidades, cuando se
está encerrado, de mantener mucha oscuridad en el alma. La culpa, la
soledad y las ansias de libertad, hacen mella principalmente en el tamaño
de las alas ajustables. Sí, sí... es una imagen casi desconsoladora le
diría. -
Bueno, bueno... – y dijo esto ya con más soltura – Ahora en confianza
con usted... Todos hemos de tener nuestros pequeños vicios... ¿o no lo
cree así? ¿No los tiene acaso usted? -
Oh, oh, sí, sí... Una vez manché la cuasi perfecta negrura de mi alma
con una amiga... casi me empezó a gustar, tenía interés en conocerla,
en charlar, en disfrutar de una amistad, o de algo más ... dado el caso,
obviamente, de que ella estuviera a gusto. -
¿Lo ve? ... No, si es que los seres humanos nunca seremos perfectos... Ya
se lo decía yo. Hasta los más puros tienen a veces sus sueños de
libertad, de amor, y justicia... Pero bueno, no hay solución que se me
ocurra al menos ahora... – Y dando media vuelta – Bueno, me voy a ir
yendo entonces, ha sido usted muy amable. ¿Le debo algo? -
Oh, no nada, nada... Éste es un servicio gratuito. Pero... si le he de
ser sincero... Me gustaría tanto borrar esas manchas blancas de su
alma... ¿No ha pensado en prestarla en alguna tintorería para que se la
usen y la dejen de punta en negro?... Le digo que hasta me ofrecería yo
mismo si usted quisiera... – Y por una vez al joven le brillaron más
los ojos que las rayas rojas de la camisa. -
¿Sí? Puede hacerlo cuando quiera... Es que yo, la verdad, de borrar ese
tipo de cosas... nunca me acuerdo. Fíjese, el otro día borré el
recuerdo de mi madre que me cuidaba, y hacía años que tenía que
hacerlo... Pero soy, así, un descuidado. Me llegan a atrapar con ella y
me tengo que hacer cargo de una buena multa... En fin, jovencito, lo dejo,
que tenga usted un negro día. -
Igualmente. Y recuerde: “Lleve siempre consigo su negra alma, y esté
pendiente de que se oscurezca un poquito más día a día. Adiós." Y el camino inverso por los azulejos grises del gran salón, le indicaron al cliente la salida. FiN
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