¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!!

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La Batalla

By Sebastián.

Ruido.

Que temprano era, que ni siquiera el sol había llegado a ese nuevo dia. La cara era un campo recién surcado por las marcas de la almohada y la noche, el pelo una maraña de... desprolijidad; y en los ojos: arena de sueños, pequeño souvenir de Morfeo, aunque la mayoría insiste en seguir nombrandolas como "lagañas". ¡Que Vulgares!.

Esas eran, por supuesto, las contundentes pruebas de que había logrado dormir muy bien.

El húmedo frío se colaba por la ventana entreabierta del cuarto color blanco Ala en el que se acurrucaba, inmerso en la pequeña cama. En esa cama, en esas frazadas que a menudo odiaba en verano. Ahora que el invierno había llegado, tres frazadas no podían faltarle.

El maldito ruido aún no cesaba en su oficio: La tortura. El enemigo le dedicaba los minutos necesarios a la hora acordada con anterioridad, a voluntad de su víctima. 

Que no se mostraba muy complacida con tal eficiencia. Un certero golpe apuñaló al despertador, demasiado cumplidor para su gusto. los números del uno al doce y las manecillas golpearon el piso con un golpe seco. Eso bastó para acabar con el incesante ruido agudo.

Sonrió complacido y con autentica satisfacción. Había vencido al enemigo: el pequeño espanta pájaros sónico que ahuyentaba su pereza. d


¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!!

 

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