¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!!

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Medusa

by Arbu.

La mujer tomó el jarrón y lo arrojó sobre la cabeza del anciano. "¿Qué has hecho de mi vida?" le recriminó gritando. Su cara, en una profunda mueca de disgusto, denotaba la cólera que la invadía. Sus manos, temblando, le daban un patético aire de nerviosismo.


En su cabeza, miles de ideas fluían, y parecía dispersa; pero la violencia se le notaba a la legua. Sus cabellos, agitados como si no necesitasen viento y tomando vida por sí solos, la envolvían, dándole un aspecto perdido y salvaje. En sus ojos, llamaradas de fuego encendían todo lo que miraba, destruyendo con rencor cada uno de los recuerdos que conservaba del lugar.
En el otro extremo de la habitación, el hombre no se daba por aludido. Como riéndose de lo que pasaba, actuaba indiferente y miraba a la muchacha con ojos de inocencia. "Cálmate Eva, no se arreglan así las cosas", decía.


De pronto, algo cambió en el rostro de la mujer, y todo su cuerpo pareció detenerse. Entonces, cuando parecía que la calma había llegado, echó a correr. Atravesó la puerta del salón y siguió por el pasillo hasta la puerta de calle. Una vez afuera, y con las mejillas arreboladas de rabia e indignación, se plantó en medio de la avenida.


"Písenme los autos" suplicó. Su vida ya no tenía sentido. El pecho, en una taquicardia continua, le dolía; pero más le dolía la memoria de los buenos tiempos. Ese añejo sabor a alegría que le llenaba el corazón y estaba ahora desapareciendo.
Se miró a sí misma entre el circular veloz de los autos y se pensó loca; pero ya nada cambiaría su decisión. Su boca torcida le daba una actitud de Medusa atacante, pero por dentro, cualquier buen observador hubiera notado su miedo. Era sólo un arranque de locura; pero esta vez muy justificado.


Entonces, y como saliendo de entre los bocinazos, la sorprendió un auto. Sintió el golpe, directo en su costado izquierdo, y ya no pensó más. El odio finalmente la había abandonado. d

FiN

 


¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!! ¡¡Arriba las manos!!

 

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